En el hall de la estación
sonaba apagado el sonido del mundo
rugiendo cascajoso a media  voz.
El trovador
sin alma, impersonal,
cantaba el destino
de todos los espíritus
que inocentemente
escuchaban
sus premoniciones
como una música
ligera que acompañaba
de fondo junto
a los ecos
de los pasos que se expandían
impregnado las paredes
de la galería;
en la plaza de la luna llena
donde el suelo
se desplaza veloz bajo
las ruedas del tiempo
anhelado
que pasa, no vuela
y reflecta
una inocente tentación
vagaba mi alma siempre dubitativa
bajo la mirada
indiferente de ventanales muertos;
sin saber si en verdad
me acerco dudando
de mi fe
hacia lo esperado inminente.

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